el sapo




Es amplio
y húmedo el baño.  
En este baño
se puede llorar tranquila;
sólo haría falta una chimenea
la frazada que llevaba de pequeña
y en lugar de la Biblia un libro
para darme la misa
como un sacerdotisa
al espejo, a mí misma.

Es ahí, en el rincón verde
de los azulejos  
donde a veces me encuentro
con el sapo.
No me mira.
Capaz es siempre el mismo
por eso es tan viejo.  
Siempre.
No me mira,
capaz esté ofendido  
porque no es
eso y sin embargo  
es un sapo.

Me pasa lo mismo que de chiquita  
sólo que ahora
lo que me pasa.
Tengo miedo de quedarme  
ciega si por azar
cuando lo miro él
se venga y me mea.

En verano solía venir  
de visita.
Traía las buenasnoches  
y una que otra víbora
de la sierra.
Yo abría la puerta y él
por encima del umbral
saltaba  
e iba a arrinconarse
asustado
a algún lado.

Nunca lo vi fumar.

Me acuerdo de alguien 
que tuvo las agallas
de besarlo
aunque puede que sea
sólo fábula.
Yo nunca pude
hacerlo
capaz por eso
estaba enojado
capaz por eso
si me le acercaba él
estoico me ignoraba
aunque alguna vez
lo haya visto por dentro
que temblaba.  

Con él es siempre
la misma historia:  
Un buen día
cuando el rocío en la canilla
cairel se hace y entre
los narcisos de la empalizada
las ranas ya no cantan,
él desaparece por el monte
para volver con el perfume
del aguacero
una noche de grillos
y mariposas en las faldas,
para volver ahí mismo,  
al rincón desde donde
en sus ojos  
mirándolo me veo.