Ayer estuve en una reunión de eucratas. Sí, ya sé. Se preguntarán qué son, de dónde vienen, qué buscan, a qué galaxia pertenecen. Lo mismo me pregunté yo y no es que haya entendido mucho. Para nada. Al parecer, según reza la página de facebook, Eucracia se propone realizar un nuevo paradigma (de pensamiento, de vida, de sistema político-ideológico?) que suplante a la vieja artrítica democracia.
El heraldo de este movimiento, Giorgio, habla de Eucracia como Ursula Le Guin habla de Urras. Con el mismo realismo. Lo escuché decir que, de donde él venía, las cosas eran así o asá, que en su país tenían una moneda propia, un pasaporte propio, que tenían un parlamento propio, que usaban el trueque (lo que era fácil de creer, ya que el fin de semana antes había estado en la fiesta de una familia italiana que se había fundido pero que no obstante ello seguía amando la juerga y organizaba el jolgorio a base del trueque y de que cada uno aportara con un vinito).
Los que estaban en la reunión parecían conocerlo desde hacía tiempo. Cuando pregunté cómo se hacía para formar parte, Giorgio no entendió la pregunta y ellos le tradujeron:"Lo que quiere saber es qué política de inmigración tiene Eucracia". Yo estaba cada vez más anonadada, así que largué la batería de preguntas, del tipo: ¿me mostrás una moneda?, ¿vos pagás los impuestos? y cosas por el estilo.
Las respuestas eran cada vez más confusas. Se habló de China, del control genético que habían hecho de la raza durante años, siglos, el mismo control que occidente había hecho con los perros (juro que se dijo eso, no exagero); las diez personas que habían asistido parecían madres desesperadas; el heraldo las dejó descargarse: "llorá, si tenés que llorar, llorá".
Giorgio, que se hacía llamar cartero porque en su tour por Italia llevaba el mensaje de la gente que había visto antes, contó que el lunes o uno de esos días había estado en Pordenone, con un grupo de 45 odontólogos. Traía el mensaje de parte de ellos. Uno contaba que había realizado un trabajo bajo el mítico trueque, por no sé cuántos gramos de oro, otra decía que en la ciudad habían vuelto a instaurar la huerta municipal.
A cierto punto de la conversación sobre la huerta y las lombrices en el abono y los chinos que levantaban la economía textil italiana, se abordó el tema gramatical-morfológico. El cartero Giorgio dijo que en Eucracia se hablaba en el género de la mayoría de los miembros del parlamento presente. Si la mayoría eran las mujeres, se hablaba en femenino, si no, en masculino. Giorgio creía que bastaba cambiar el género para que una persona adoptara la visión femenina o masculina, y yo traté de recordarle que el lenguaje es arbitrario, que siempre va a serlo, me convertí en la aguafiestas, como siempre cuando me tiran la lengua.
Me imaginé un futuro donde nadie supiera cómo llamar a las cosas, qué nombre darles. Me imaginé el español que extendía el neutro a todas las cosas, como el inglés, a todas las cosas menos a las personas, que no son neutras, que por suerte eligen cómo y qué dicen. Pensé en el mar y en la azúcar, y en un congreso de literatura feminista que se hizo en Trieste el año pasado. Entonces la propuesta era hablar de las "personaj/as", esas personas con rayas o rajas o lajas de la literatura contemporánea. me negué a adoptar semejante engendro. De hecho todavía me duelen las encías al decir esa palabrota.
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