La enfermedad profesional_ Giacomo Sandrón

 
La enfermedad profesional

Es una acontecimiento dañino
que se manifiesta de forma no violenta
y de modo agresivo con el tiempo,
que debe ser contraída en el ejercicio
y a causa del trabajo, como por ejemplo
tengo las pelotas llenas que me crecen y crecen y crecen
y llegan a restregar hasta por el piso.
O esta gana de gritar, no sé,
viene de golpe, iré
por la tercera vez en menos de un mes:
plantarse en medio de la sección y mandar
uno, dos, tres gritos fuertes
que logren pasar por encima
del masticar de las máquinas
de los martillazos, de los batacazos, de los
virgen santa que se queden callados todos, ¡cállense!
Que yo no sé, si sigue así, yo no sé.

O si no abandonarlo todo en silencio,
dejarlo,
agarrar la campera, el paraguas, el agua
irse sin hacer otro movimiento
que no sea poner
un pie detrás del otro, sin Che,
sin Chau, nos vemos.
Y sin embargo sentiría mucho no saludar
al menos a dos-tres personas,
que tomo el café con ellos,
cruzar dos palabras,
estrecharle la mano una vez más
a Flavio dejarle dos cigarrillos
que se los fume en paz arrancándole
la punta como hace de costumbre
que él, a este punto, cinco-seis años,
si le sale bien
y el último día se lo toma libre
o da parte de enfermo, dijo,
Minga que voy a trabajar.

trad. María Sánchez Puyade

Siete mujeres y un pajarito

Performance Sette donne e un uccellino- Tableu Vivant- Texto adaptado y libremente inspirado en las tablas Nastagio degli Onesti de Botticelli, a su vez inspiradas en Boccacccio.

Tabla I
         


          


     


     

tabla II






tabla III



tabla IV


-interrupción-




humanismo

es mentira que se quiera compartir.
quizá ni yo quiero. leemos lo que hace tiempo se hizo, obras maestras, lejanas, tan maestras que no
pueden con uno.
se lee para defenestrar al otro. y así no hay paciencia que aguante.
habría que enseñar a los artistas a trabajar en grupo volver al humanismo
habría.

justicia y verdad

"queremos Justicia,
saber la de verdad"

Carta abierta -cursi pero sincera- a María, la otra hija [enviada hace 5 años y publicada hoy, a dos días de la conmemoración del golpe militar]





Trieste, 22 de mayo de 2007

Querida María:

Han pasado tantos años desde que nos conocimos que lo más probable es que ni siquiera te acuerdes de mí. Para entonces teníamos unos trece, catorce años, y ya cargábamos con un pedazo de Historia heredada, del que vos conocías una parte en carne propia, y yo, ilusa, creía conocer la otra cuando en realidad sólo repetía una versión que, sin darme cuenta, me había sido inculcada. Intuirás a qué me estoy refiriendo.
Me acuerdo de esa tardecita como si fuese hoy. Subiste las escaleras de la casa de mi prima y te sentaste en una de las camas del cuarto; hablamos, contaste tu historia y yo no supe escucharte.
Reconozco que esta carta, más que un pedido de disculpas puede ser una liberación. Una vez más tiene todo el aspecto de un acto egoísta y tardío. Aprovecha la boleada, dirán algunos, para subirse al tren y hablar. No me importa lo que digan, yo sólo sé que necesito escribirte, y que hasta que no me saque este peso de encima va a ser difícil reconciliarme conmigo misma y, más que nada, invertir la actitud que una vez tomé.
De todas maneras, te pido disculpas por lo que te dije en Claromecó, en ese verano hacia fines de los años ochenta y principios de los noventa. Me pregunto si recordarás las idioteces que repetí. Estoy segura de que sí, no porque esas palabras merezcan ser recordadas, sino porque la ambigüedad y la sospecha que ellas extendían sobre todos los desaparecidos, su difusión en boca de tanta gente, la falsedad que solapaban difícilmente podrían olvidarse. Eran frases que usaban la táctica del ataque como defensa. Sólo que el ataque del que se valían era falso, ladino, ambiguo, mientras que la defensa era contra la acusación de crímenes y torturas por demás testimoniados.
Sospecho que no las debés haber olvidado porque ni siquiera yo lo he hecho. Sólo te puedo decir que era ignorante y que eso no me salva. Me siento culpable por haber sido cruel con mis palabras, por no haber sentido compasión (no en el sentido religioso, sino etimológico). No te pido perdón por haber repetido lo que se decía. Eso lo heredé y poco a poco fui aprendiendo que las cosas no eran como me las habían contado. Pero la crueldad con la que te traté, la incapacidad de oírte, la falta de conmiseración eran sólo mías. De nadie más.
Muchas veces traté de hacer memoria de la época del golpe. De entonces sólo conservo pocos recuerdos, casi todos para cuando se acercaba el final. Recuerdo una práctica en caso de bombardeo que organizaron las monjas del colegio al que yo iba. Una mañana nos hicieron formar en la vereda para practicar la entrada en caso de que bombardeasen la ciudad. Parecía una parada militar.
Del mismo período aunque la frase debe haber sido posterior, recuerdo las palabras de una maestra de geografía: “Si uno deja las puertas de casa abiertas, luego no puede recriminar que alguien haya entrado a vivir dentro”. Por primera vez sentí que alguien opinaba diversamente, estuviese o no equivocada.
Esos son mis pocos recuerdos. Todo lo demás se reduce a la vida en familia. El mundo externo no era más que la interpretación que de él daban los mayores. Decían que «no habían estado metidos» y esa era una de las frases hechas que se oían por doquier.

Cuando me encontré con vos algo de todo ese discurso comenzó a resquebrajarse, pero no di el brazo a torcer, como la buena testaruda que sigo siendo o padeciendo. Mi prima creo que te había conocido en la playa. Eras de La Plata y tenías una forma de vestir y de pensar diferente a cuanto yo había visto y escuchado hasta el momento. Esa tarde, en el cuarto de las cuatro camas, nos pusimos a hablar de política. No recuerdo cómo salió el tema. El caso es que hablamos de los desaparecidos. Yo por boca de mis padres, vos por tu propia experiencia.
El cuadro que revivo de aquel momento es el de un juicio. Estabas sentada en una cama y nosotras en la de al lado, con el cuerpo nos enfrentábamos. Te recuerdo con un pañuelo alrededor del cuello, el mismo que usaría Arafat, pero no sé si esa imagen no correponde a encuentros sucesivos. Más tarde, durante los primeros años que cursé en la Facultad de Letras, empecé a identificarme con esa forma de vestir. Hurgaba en el arcón de mi madre y me ponía la ropa de los años setenta. Sin saberlo, creo que estaba reviviendo la generación de mis padres. No lo había pensado antes, pero creo que había algo de eso.
En definitiva, como buena ignorante dejé que las frases hechas circularan por mi boca. «Los militares habían tenido que defender el país. Era una guerra». Los desaparecidos: “algo habrían hecho”, y aunque no lo dijese, creía que todos ellos habían pertenecido a un movimiento extraño llamado “montoneros”, una palabra que de por sí era oscura y parecía querer decir que eran muchos, ponían bombas, se escondían en los montes y mataban.
Hasta entonces yo no sabía nada de tu vida, mucho menos de la vida de tantos chicos de mi misma generación. Sólo había escuchado hablar del caso de un padre que había salido a comprar los pañales para la hija recién nacida y que nunca más había vuelto a casa.
Tus palabras fueron un zamarreo que me despertó del letargo. No ese día, pero sí con el tiempo. A mis frases repetidas y vacías de todo contacto con la realidad, respondiste con tu historia, tu nacimiento, tu experiencia.
Todavía hoy recuerdo tu cara. Ni una lágrima, sólo un dolor y una rabia que parecías rumiar con paciencia. Creo no haberme rectificado, más bien todo lo contrario. Volví a decir: “Por algo habrá sido”.
Las otras veces que nos encontramos, habrán sido una o dos, no me atreví a pedirte perdón. Puede que la razón haya sido que todavía no hubiese llegado a conocer toda la verdad, o porque mi carácter terco y obtuso me lo impedían. Poco a poco comencé a preguntar y luego a defender una causa que entonces no lo sabía, pero era generacional. Indagaba la historia negada, las mentiras repetidas. No tenía muchas herramientas y mi conocimiento de la historia era mínimo, pero ya entonces creía que las frases que tantas veces había oído e incluso repetido eran ambiguas, sobre todo no servían como prueba contra tantas denuncias de abusos y torturas por parte de familiares de víctimas e incluso de ex detenidos.
No sé qué es de tu vida, ni dónde estás viviendo. Intentaré hacerte llegar esta carta para pedirte, de todo corazón, disculpas.
Sinceramente,
María Sánchez Puyade

Thatcher, vieja podrida

El título de este post no quiere ser ofensivo.
Se refiere, más bien, a la canción que quién sabe quién nos metió en la cabeza a los niños de entonces, mes de abril del 82', cuando éramos adiestrados para hacer pruebas en caso de ataque aéreo y cantábamos esta canción de chanza, en la escuela, retomando un famoso jingle de la tele en el que un niño era obligado a dejar a su perro Boby para irse de vacaciones con la flia, al mar.
Eso de las canciones de guerra era una costumbre. Basta recodar el aire jocoso de "¡Martín se fue a la guerra, chiribín chiribín chinchero!". Pero, la guerra de la canción a la que yo me refiero, no era diferida, o lo era en términos de imágenes en la tele, de espacio, de tranmisión de la noticia, eso de creer que íbamos ganando y festejar de antemano. Era diferida en esos términos, no así en el tiempo.
El jingle de Bbby había pegado tan bien en los corazones infantiles, más propensos a creer que los animales y no los hombres son los que van a ir al cielo, digo que había pegado tan bien que fue fácil aprender la canción en un periquete.
La versión marplatense de la que doy cuenta y de la que no me hago responsable de ningún reclamo de injurias y ofensas, como tampoco de la autenticidad, visto que suelo cambiar las canciones, dice así:

"Thatcher, vieja podrida,
este verano no podrás ir a las Malvinas.
Hoy escuché, por ATC,
que en Inglaterra no quedó ningún inglés.
Thatcher no me extrañes mucho,
pronto voy a regresar,
cuida todo los ingleses.
¡Tatcher no te portes mal!"

[Esto de no me extrañes mucho, hoy suena a amenaza...]

D.A.M

"Yo todo me lo gané sufriendo
y esta vez no fue diferente".

D.A.M.

Paradox hoy

La belleza del oxímoron:
una drama jocoso.

Tres calles de Umberto Saba


Tres calles


Hay en Trieste una calle donde me reflejo
en los largos días de cerrada tristeza:
se llama calle del Lazareto Viejo.
Entre casas como hospicios antiguos e iguales,
tiene una sola nota de alegría:
el mar al fondo de sus laterales.
Perfumada de especias y de brea
en los almacenes desolados de enfrente,
comercia redes, cabos
para las naves; una tienda tiene como insignia
una bandera; adentro, de espaldas
al transeúnte, que raramente les digna
una mirada, con los rostros exangües e inclinados
sobre los colores de todas las naciones,
las trabajadoras pagan la pena
de la vida: inocentes prisioneras
cosen tétricas las alegres banderas.

En Trieste, donde hay tristezas muchas,
y bellezas de cielo y de barrio,
existe una subida que se llama calle del Monte.
Comienza con una sinagoga
y termina en un claustro; a mitad de la calle
hay una capilla; luego, el negro arrebato
de la vida descubrir puedes desde un prado,
y el mar con las naves y el promontorio,
y la muchedumbre y los toldos del mercado.
Asimismo, al lado de la subida hay un camposanto
abandonado, donde ningún funeral
entra, no se entierra más, por lo que yo
recuerdo: el viejo cementerio
de los judíos, tan caro a mi memoria
si pienso en mis viejos, después de tanto
penar y mercadear, ahí enterrados,
tan parecidos todos de rostro y de ánimo.


Calle del Monte es la calle de los santos afectos,
pero la calle de la dicha y del amor
es siempre la calle Domenico Rossetti.
Esta verde vía suburbana,
que pierde día a día su color,
que es cada vez más ciudad, menos campiña,
conserva aún el encanto de sus bellos
años, de sus primeras villas dispersas,
de sus ralas hileras de arbolitos.
Quien pasea en estas últimas tardes
de verano, cuando todas abiertas están
las ventanas y cada una es un mirador
donde tejiendo y leyendo se espera,
piensa que quizá aquí su dilecta
florecería de nuevo al antiguo placer
de vivir, de amar a él, él solo;
y una salud mas rosada para su niño.


Traducción:
                   Daniela Orlandini
                   Ardea Bonelli
                   María Sánchez Puyade

Madonna del mate y de las rosas (para otros, Virgen Verde)


Virgen del mate encontrada en la arcada del zaguán de casa, limpiada y retocada por una argentina influenciada por la tradición mística, y su amiga, la artista Celina González Sueyro, con la que últimamente ha discutido fervientemente sobre Arte, sus límites y la propiedad..

Somos Grecia [firmado por una tana]

siamo la Grecia

NO SOMOS GRECIA
bombardealasmentoesdeconfianza
Volver al progreso será antiguo
lo real puede baresistir el spread
los mitos
salvataje griego
la troikla
no a la europa alemana (Parábola helénica)

La autómata

 “Nel buio, colto dalla paura, un bambino si rassicura canticchiando[...]Può accadere che il bambino si metta a saltare, mentre canta, che acceleri o rallenti la sua andatura; ma la canzone stessa è già un salto: salta dal caos a un principio d'ordine nel caos, e rischia di smembrarsi ad ogni istante. C'è sempre una sonorità nel filo d'Arianna. O il canto di Orfeo.” Deleuze-Guattari. Sul ritornello.

Tuvieron que pasar cien años, treinta y cinco mil quinientos veinticinco días, un siglo entero para que por fin me desprendiera de la cajita. La suerte me había llegado poco antes, cuando el anticuario me vendió a Silvia y a Mónica, que hacía poco más de un mes esperaban una beba e iban por ahí en busca de cosas para decorarle la pieza. Yo vivía en la cajita de música, sobre un perno donde apenas si cabía; por lo general permanecía días y días quieta, llegué a estar quieta durante años hasta que ellas vieron en mí una cajita de cristal, en la cajita una flor y en la flor el pubis de una niña.

Me llamaron Orquídea. Mónica y Silvia creían que las cosas también tienen alma. Se divertían poniéndole nombre a los seres con los que se encariñaban, por eso me llamaron Orquídea aunque a veces me decían Pajarita: parece una pajarita sobre un cable de acero, dijo una vez Mónica, y Silvia, la corrigió: pero mirá, mirá cómo dobla las rodillas, cómo le aletea el vestidito cuando brinca, es preciosa, huele a talco, a polvo de ángel en el zaguán de un patio estrellado, dijo, y Mónica le dio un beso.


con una sonrisa amor me traicionás

con una sonrisa amor
te disfrazás de dios
te vestís de furia o de hiena
reís reís con una sonrisa
descarcajada otra vez
me traicionás
rapaz me arrancás pedazos
de carne
las cornejas graznan
bella
bella es la muerta


en un mar
rojo entre nenúfares
pálida es la matanza
las medusas flotan
muertas habría que sacarlas
con un mediomundo
un mundo entero cazando medusas
hora que la marea sube
cuesta arriba
y yo friego friego el piso
mirándote los pies
amor que sabés matar
a los ojos mirando


gestos de felino
tenés
te gusta arrancar la piel
mientras sostenés
la presa
la presa era mía
la cacé hace años en un coto
en las estepas del Norte
cabalgando
es mía la presa es mía
decís a rebencazos


me despellejás mientras
la sonata
de la pasión aúlla


a nadie le gusta que lo despellejen
a nadie de una cadena le gusta
verse carneado
boca abajo

Fiera in Giardino- instalación teatral

Instalación teatral de María Sánchez Puyade y Celina González Sueyro
Giardino di San Michele, Trieste.

El 25 a las 5, el día de Navidad, en el momento menos indicado para inaugurar una instalación, a la manera de pequeños demiurgos, después de tres días de trabajo en un espacio más propicio para el trastero que para el arte tal cual a menudo es concebido, ese día y en ese espacio, inauguramos la instalación de lo que fue una relectura de la obra teatral Animal de ciudad.
El depósito de cosas acumuladas a lo largo de 30 años se convirtió en un hogar, con sala, garaje y vista a la escollera. La belleza engaña, se leía en las paredes, y quizá fuera cierto, como lo es la certeza de que "Un día me matará una pluma".


Fotos: Simona Dibitonto. Gracias, Simona.






Buen año y felices fiestas con resaca.

La hija de Lot





Esperaba que
me invitaras a nuestro cuarto de espejos
a aquel oscuro hotel
alojamiento
frente a las bóvedas grises
del cementerio;

esperaba que me invitaras
que me dijeras
vamos a tomar un café acá a la vuelta
y al rato
que la mesa se convirtiera en auto
y el auto en sacrificio y el altar
en tálamo.

Después con la toalla
jugarías a secarme
como de noche se arropa
una muñeca de porcelana
fría.


Desnudo
delante de las estatuas del cementerio
sólo el reloj te hubiera quitado
pero ellas como furias
espiaban por encima de las bóvedas
detrás de los cortinados gruesos
en la hora de la siesta.
No había tiempo.

Te confieso: en sueños he habitado
con tu mujer y con vos en tu casa.
Tu casa en la selva junto al delta.
El barro nos resguardaba de los jejenes
mientras escondido en el espesura
dormía el puma.

Desnudos
nos revolcábamos por el césped;
tu cabeza ardía entre mis piernas.
Una gasa invisible un velo
subía por los corredores
las escaleras de mármol desiertas.
De repente, cambiamos.
Ahora vivía en una cúpula
frente a una plaza
de palmeras y de gomeros
abrazada a tus raíces,
sin saber soltarme.

No tenía dueño
pero te amaba tanto
que acepté compartirte en sueños.
La selva tersa
de baldaquín y frutas muertas
fue nuestro refugio
sólo que había un reloj de péndulo
y dentro, la alcoba negra.

La prima vez
apareciste en bermudas.
Tenías mi edad
pero en una foto ibas de frac,
con una mujer de blanco 
al brazo.
Parecías más viejo, insinué,
y riendo dijiste, 
esa eras vos hace años.

Bebimos 
de la misma copa la ambrosía 
y los dioses se vengaron.
Sobre una mesa cubierta
de plumas 
de ámbar o de cera
me lavaste como lavabas
a tus otras hijas
con la lengua.
Querías que fuese como ellas,
y con arcilla y barro
me modelaste
y un anillo de oro
forjaste con tus letras.

Nada temía más
que tus pasos por la acera.
Aún los oigo a los lejos
aunque no quiera.
Tu música es eterna.

Yo querría acallarla
querría que las leguas de nubes 
de mares te hicieran 
ceniza o niebla.

Del amor he temido siempre
que al nombrarlo
desapareciese, por eso
soy muda.
De haber sabido
que tu casa era la cárcel
donde hora vivo, que 
no hay guarida,

olvidaría las palabras, las aves blancas
en el lago, delante los caballos
con las riendas en el suelo esperando,
te dejaría en algún rincón
por fin solo
olvidado.

sueño

en sueños enterraba una tortuga
al final de una fiesta, ebria.
Cuando me contaban lo que había hecho,
yo sonreí contenta.